miércoles, octubre 20, 2010

Cada vez se construye peor

CLARIN, BA, 20/10/10
Por Miguel Jurado * 
* Editor de Arq


Tenés razón, che arquiteto , antes se construía mejor... pero los materiales eran peores”, me decía Froilán mientras desgranaba sin dificultad el revoque de una casa centenaria.
Tardé varios años en valorar el pensamiento del noble albañil paraguayo. El mes pasado, unos investigadores cordobeses le dieron la razón con bases científicas. Arquitectos de la Universidad de Nacional de Córdoba compararon varios edificios construidos en distintas décadas y concluyeron (palabras más, palabras menos) que cada vez se construye peor. Claro que eso lo sabe cualquiera, y aunque los materiales ahora sean mejores no se trata de echarle la culpa a la falta de mano de obra especializada. La mala construcción es como una mamá que cocina mal: mientras sos chico te parece que comés rico porque no conocés otra cosa.
Así es como nos conformamos con vivir en lugares cada vez menos confortables y lo solucionamos con más calefacción, aire acondicionado, plasmas y música a todo volumen. Nos acostumbramos a que las paredes “transpiren” en invierno; a cocinarnos en verano; a conocer los pormenores de la vida sexual de nuestro vecino (porque el problema también son los ruidos) y a contar los segundos hasta que el depósito de su inodoro termine de cargar agua.
A estos síntomas de que cada vez se construye peor, se pueden agregar otros: Paredes que hablan.
Los expertos cordobeses comprobaron que mientras se utilizó el ladrillo común para envolverlos, los edificios eran abrigados en verano y frescos en invierno. Claro que esos ladrillos de campo se hicieron con buena parte de tierra pampeana que hoy serviría para plantar soja o darle de comer a las vacas. Los ladrillos huecos que se usan ahora son más ecológicos pero si no se los emplean con revoques y aislantes apropiados bien pueden resultar un fiasco. Y ni hablar de la aislación sonora. En La Algodonera, un multipremiado edificio de Palermo, una amiga estornudó en su departamento y el vecino le dijo: ¡Salud! La solución fue construir una doble pared de durlock con lana de vidrio.
Nos bajaron la cortina.
Muchas veces, las fallas de la construcción son un problema de modas. Eso ocurre con los grandes ventanales de los modernos departamentos tipo loft (en realidad, monoambientes con entrepiso). Allí, el minimalismo extremo llevó a que el oscurecimiento deje de ser un problema de arquitectura para ser una cuestión decorativa. Entonces, la vieja cortina de enrollar pasó a ser un bicho en extinción mal reemplazado por el black out. Ya no importa que al sol hay que pararlo antes de que pase el vidrio porque si no el depto se calienta como un horno. Al fin de cuentas, el aire acondicionado se paga en cuotas y la cuenta de luz está subsidiada.
El que se cocinó detrás de un vidrio, ve la torre YPF y llora.
Y no es que yo tenga algo contra el enorme rascacielos que diseñó el famoso argentino Cesar Pelli en Puerto Madero, sino que es un ejemplo del error típico de los edificios de oficinas: estar envueltos de cristal por los cuatro costados ¿Cómo es que tan pocos constructores se han dado cuenta de que el sol se empeña en salir y en ocultarse por los mismos lugares todos los días? ¿Y que en verano, el astro rey irradia suficiente calor como para hacer huevos fritos en las ventanas que dan al oeste? Conclusión: si una torre tiene paredes de vidrio en sus cuatro lados, por lo menos en tres, funcionan mal.
Billetera mata arquitecto.
Cuando el negocio es vender caro lo que cuesta barato y agarrar la guita lo más rápido posible, poco puede hacer el arquitecto. Hace varios años intenté convencer a un acaudalado empresario de origen italiano sobre la conveniencia de poner vidrios dobles en las ventanas de un hotel que había recibido en el revoleo privatizador de los 90. Cuando vio la diferencia de precio entre las carpinterías comunes y las súper aisladas que yo le ofrecía, juntó los cinco dedos de su mano derecha y agitándolos repetidamente de arriba a bajo me dijo: “¿Sabé cuánta rubia me pago con esta plata?” Ahí nomás entendí que al acaudalado empresario de origen italiano, el doble vidriado hermético le resultaba caro; las rubias, muy baratas y la calidad de la construcción no le importaba nada. A los pocos meses, vendió el hotel sin ponerle un peso encima, ganó una fortuna y ya se imaginan en qué seguirá gastando la plata.

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