viernes, octubre 21, 2011

Una ciudad más justa

Publicado el 16 de Octubre de 2011 Tiempo Argentino 
Por Rodolfo Livingston y Nidia Marinaro
Arquitectos 
 
Por qué el “desarrollo sustentable” remplazó el concepto de que “lo más alto siempre es progreso”. La falta de protección del gobierno de la Ciudad en todos los barrios porteños. 
 
Por qué Buenos Aires tiene que ser una ciudad “alta” como lo proponen los brokers y los inversores? Ellos son los clientes actuales de los arquitectos en el mundo del mercadeo. En la antigüedad, los clientes de los arquitectos eran los  príncipes y los papas, mientras el pueblo construía su propio hábitat. Las cosas no han cambiado mucho, sólo el remplazo de los clientes. Con razón las familias desconfían de los arquitectos que “están para cosas más grandes”. Siempre fue así y así continúa en el mundo hoy dominado por el mercado.
A lo largo de la historia, los edificios más altos expresan el poder predominante en cada época. Las altísimas catedrales góticas en el medioevo señalaban el poder omnímodo de la Iglesia.
Buenos Aires no tiene que ser necesariamente una ciudad más “alta” sino más vivible y más justa, lo opuesto a las dos bellas torres de Kuala Lumpur, en Malasia, que alojan los bancos islámicos más grandes del mundo, es decir el poder de las multinacionales, como hito arquitectónico en un país de altísima pobreza y precariedad laboral. La arquitectura expresa el cuerpo social como la cara expresa a las personas y, como se sabe, los gestos y el cuerpo son más sinceros que las palabras. 
La Argentina es extensa geográficamente. Podemos crecer y extendernos en el “vértigo horizontal” sin pretender alcanzar alturas que simbolizan lo que no somos y lo que no queremos ser. 
¿Y por qué aceptar que “los ascensores serán los medios de movilidad en el futuro”, como dice una nota en la revista 7 Días.dom del pasado domingo 9 de octubre? “Si no tenés nada que hacer te invito a pasear en ascensor, subimos y bajamos desde el piso 392 varias veces. ¿No te encanta el programa?”
Se habla de edificios de 1000 metros de altura (en China, por suerte). Es difícil imaginar a una familia en el piso 324 viendo pasar las nubes debajo de su ventana, como si estuviera en un avión detenido en el aire. ¿Qué pasa cuando la mujer notifica al marido que se acabó el detergente? Ni hablar de asomarse al balcón. Podría ser impulsado por una corriente térmica ascendente, muy conocidas por los pilotos de líneas aéreas, que los haga aparecer en el piso 400. ¿Y los vecinos? ¿Sería posible la amistad entre la señora del piso 300 R con la del 201 N? Ya son difíciles las relaciones en nuestras propiedades horizontales de nueve pisos.
Esos edificios no se harían para alojar personas viviendo allí sino para oficinas de las burocracias de nuevas multinacionales. ¿Las seguiremos invitando para que nos “desarrollen” hasta que rebalse la copa, una idea de los ’90? Hoy creemos en el desarrollo de nuestras propias fuerzas (sugiero leer Vivir con lo nuestro, de Aldo Ferrer) sin abandonar la respetuosa relación, de igual a igual, con el mundo exterior. ¿Por qué aceptar una expresión arquitectónica que no se corresponde con la Argentina actual, que ha dicho no al Banco Mundial y a recetas extranjerizantes? 
Claro que hay que construir nuevas viviendas pero vivibles, sin arruinar la entrañable diversidad de los barrios porteños que constituyen nuestra identidad.
Las torres se levantan en contra de la opinión de los vecinos que ven amenazado su estilo de vida. En Caballito, Villa Urquiza, Villa Pueyrredón y Chacarita existen movimientos de vecinos organizados luchando contra esas torres que les roban luz, irrumpen en el paisaje y modifican las relaciones sociales.
En Villa Pueyrredón, los vecinos organizados lograron modificar el código de su barrio pero los inversores y los brokers no se detienen y ahora logran “reconsideraciones”. Están aliados con el poder municipal que tiende a hacer la vista gorda ante decenas de transgresiones, como lo señala el periodista Sergio Kiernan en incontables artículos publicados en el suplemento “Metro cuadrado” de Página/12. No es fácil para los vecinos luchar contra el dinero aliado al poder, que debería representarlos, en la ciudad de Buenos Aires.
Uno de los argumentos es que hay que densificar Buenos Aires. Una ciudad donde sobran los huecos edificables en pleno centro. Una ciudad que no crece en número de habitantes desde hace años.  
El concepto de que lo más alto es progreso ha sido superado por el concepto moderno de desarrollo sustentable. 
Los vecinos de los barrios organizaron audiencias públicas en la Legislatura de la Ciudad. Los inversores no asistieron, pese a haber sido invitados, pero hicieron oír  argumentos tales como “si quieren oír pajaritos que se vayan a vivir al Tigre”. 
Para levantar torres se demuelen viviendas en pleno uso, algunas valiosas, en nombre del “progreso”, una idea, tan antigua como equivocada.  
En la ciudad de Corrientes, con temperaturas de hasta 50 grados en verano, era posible caminar por las veredas bajo la sombra de los portales de las casas coloniales, que, además, protegían de la lluvia. 
En 1887 el intendente Ramayón mandó demoler esas casas (en pocos días 215 cayeron bajo la piqueta) por considerarlas “pueblerinas y símbolos del atraso”. En su lugar, fueron creciendo casas con fachadas planas, detrás de las cuales se guardan sus habitantes durante las horas de sol inclemente, porque, además, escasean los árboles en esas calles tropicales. La historia se repite. 

POLÍTICA Y ARQUITECTURA. Las torres responden a la misma concepción del espacio ciudadano que en la década del ’90 alcanzó su cenit con la explosión de los countries. Por cierto, un fenómeno de segregación espacial que entonces se materializó en la suburbanización de las clases medias, mientras las viviendas de los trabajadores iban quedando a extramuros de este mundo de ganadores. En este caso el desarrollo era plano. Aparecieron las calles paralelas, una de barro y otra de asfalto, separadas por muros electrificados. 
¿Qué expresan esos mundos? ¿Dónde quedó la vida de los barrios, dónde la movilidad social, la heterogeneidad, de la que todos, incluso los ricos, somos el resultado? 
En el último tramo del tercer gobierno de Perón, la vida pública comenzó a replegarse al mundo privado, el miedo se nos metió adentro. Con el gobierno militar nos quedamos encerrados en nosotros mismos,“enrejados”.
La política económica de esos años nos dejó sin trabajo, precarios, solos, prisioneros en la desconfianza. Dejamos de ser solidarios, al contrario nos “soledaron” al decir del arquitecto y psicólogo Alfredo  Moffat.
Con el que “se vayan todos” el pueblo gana la ciudad de nuevo y quiebra el repliegue. Y es el presidente Néstor Kirchner quien instala la política como un valor en la sociedad, abre el camino a la militancia y ese movimiento genera vida pública.
Ya con el Bicentenario el pueblo ganó las calles de la ciudad para celebrar la patria que ahora sí tenemos. Las plazas, calles, todos los espacios públicos que sirven para interactuar, movilizar. Crear tensión social, conciencia del otro y es con el otro que se puede ir tramando un tejido social, esta vez solidario. 

ARQUITECTOS E INSTITUCIONES. Es lamentable ver que las instituciones de los arquitectos actúen corporativamente defendiendo a ultranza las iniciativas del mercado como si esta fuera la única posibilidad de trabajo. 
En nuestro país la arquitectura es como la hija boba de la cultura, una persona no puede considerarse culta si no sabe historia, pintura y literatura. Pero con toda naturalidad nos dirá: “Yo de arquitectura no entiendo nada.” Seguramente, cuando lo dice piensa en grandes objetos vistos desde afuera y no en los escenarios donde transcurre su vida.
Escenarios y escenas interactúan y modelan nuestro comportamiento social. 
Necesitamos arquitectos que atiendan a las familias reales ya sea para reformas de sus casas, reformas que obedecen a “las películas” de las familias o para hacer casas nuevas. 
Arquitectos cercanos a la gente, arquitectos de familia que atiendan con afecto el inmenso universo de las necesidades humanas y no de su propia vanidad. Y las nuevas viviendas que se construyan deben integrarse a los barrios y no a las nubes.

miércoles, octubre 19, 2011

El sueño de la vivienda propia, cada vez más lejos


Según un informe privado, ahora hace falta destinar 81 sueldos promedios enteros para comprar una vivienda de 60 metros cuadrados. Hace 13 años se necesitaban 65.
PorTOMÁS CANOSA
al 0,7%
Los porteños que quieran comprarse un departamento de 60 metros cuadrados en Capital Federal necesitan ahorrar 81 salarios promedio completos para tenerlo. Una familia necesitaba en 1998 el equivalente a 65 sueldos para poder adquirir la misma propiedad. En la provincia de Buenos Aires ahora precisan 63 y hace 13 años les bastaba con 52.

El sueño de tener una vivienda propia se convirtió en un sueño para una gran porción de la clase media. Según un informe que realizó la consultora abeceb.com, tomando en cuenta los valores promedio del m2 y la remuneración promedio de la economía para un trabajador registrado ($4.822), una persona necesita alrededor de 81 sueldos enteros para comprarse un departamento usado de 60 m2 en Capital Federal.

En 1998, cuando la economía estaba por entrar en una de las recesiones más profundas de la historia argentina, una persona necesitaba 65 salarios mediospara adquirir la misma propiedad. "Esto evidencia que la vivienda se volvió un bien más caro en términos de los ingresos de la familia", aseguraron desde la consultora.

El escenario tampoco mejoró para las personas que quieren comprarse un departamento de las mismas características en el Gran Buenos Aires. Después que la economía creciera a tasas chinas durante ocho años y producto de la evolución de los precios de los inmuebles y de los salarios, ahora necesitan 63 sueldos promedios y en 1998 precisaban 52.

Durante la década del ´90, los bancos volcaban fondos para otorgar préstamos y el crédito hipotecario era una herramienta vital para que las clases medias pudieran adquirir una vivienda. El 29,2% de las escrituras en 1998 se hacían mediante un préstamo, mientras que en los primeros ocho meses de 2011 sólo el 6,1%. "En la Argentina, las escrituras que se realizan con hipotecas han caído a un nivel tan bajo que demuestran la pobre evolución que han tenido los créditos para adquirir una casa o un departamento en los últimos años", manifestaron desde la consultora.

A partir de este escenario, el economista de la Universidad Torcuato Di Tella Eduardo Levy Yeyati planteó la hipótesis de que en Argentina se vive un modelo con redistribución progresiva del ingreso pero con redistribución regresiva de la riqueza. El especialista escribió en su blog que en presencia de tasas de interés reales negativas, la inflación estimula el consumo. Y como las personas no suelen tener suficientes ingresos como para comprarse una propiedad, adquieren bienes de consumo como televisores, autos, heladeras.

El punto es que estas "inversiones" se dan en instrumentos con un valor declinante en el tiempo y lleva a un esquema de redistribución progresiva del ingreso con una redistribución regresiva de la riqueza.

Como los bancos financian hasta el 70% del valor de una propiedad, si una familia quiere comprarse un departamento de 60 m2 en el Gran Buenos Aires (en promedio 309.400 pesos) tiene que tener ahorros por 92.820 pesos, tener ingresos mensuales por 11.560 pesos y pagar una cuota cercana a los 4.050 pesos por mes.

Los montos de los préstamos representaban antes de la crisis de la convertibilidad el 3,5% del PBI, mientras que durante este año llegan al 7%.