Por Horacio Riggi Editor Negocios hriggi@cronista.com
La crisis española, griega o portuguesa tienen el mismo denominador común. Los tres países a la vista son menos competitivos que Alemania. Sin embargo, todos, Alemania incluido, están regidos por la misma vara: el euro, o para ponerlo en términos más lógicos, una moneda que hoy es más fuerte que el dólar. Es decir, un tipo de cambio sobrevaluado. En definitiva, producir el mismo bien en Europa es más caro que hacerlo en casi cualquier otro lugar del mundo. ¿Pero Alemania puede competir? Sí, pero Alemania no sólo es el motor industrial de Europa, sino que produce bienes y servicios que otros no hacen, o que hacen pero no con la sofisticación que puede hacerlo el país teutón. A todo esto se suma que el gasto público aumenta casi al mismo ritmo que se desvanece la competitividad de un país. El cóctel suele ser explosivo. La Argentina de 2001 puede dar muestras de ello.
Un punto neurálgico que puede demostrar la sobrevaluación de una moneda está centrado en un sector muy de moda en el mundo: el real estate, o el mercado de la construcción. Algunos ejemplos son bienvenidos. Brasil hace años que viene con su economía en crecimiento, pero sigue siendo un país desigual. De hecho, aunque gran parte de su población sigue viviendo en situaciones de extrema pobreza, el metro cuadrado en la zona top de Río de Janeiro se vende a u$s 15.000. ¿Es lógico? No parece. Claro, Brasil no es el único país desigual del mundo. Lo es también la Argentina y lo son la mayoría de los países subdesarrollados, o eufemísticamente llamados emergentes. Pero los países poco desarrollados suelen acostumbrarse a las desigualdades. Sin embargo, los industriales de esos mismos países notan rápido la falta de competitividad, el que suele no darse cuenta es el consumidor. En Brasil, los que fabrican están preocupados, los que construyen casas no, porque la demanda sigue viva.