Por Marcelo Magadan *
La solicitada publicada en Clarín el jueves 4 de enero de 2007 por un grupo de instituciones vinculadas con el negocio inmobiliario, con el sugestivo título de “El Corralito de Telerman”, reaviva la discusión acerca de la construcción de edificios en torre en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires.
La solicitada hace referencia a los contenidos del decreto que frenó por unos días la construcción de edificios en torre en ciertos barrios de la ciudad. Entre las instituciones que firmaron la solicitada están la Sociedad Central de Arquitectos y el Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo.
Ahí se plantea una visión reduccionista del problema, basada en el argumento de que sólo alcanzaremos el progreso y la ciudad tendrá un futuro venturoso si se construyen torres. El discurso afirma equivocadamente que esta tipología es la que dará acceso a la vivienda a los sectores de medios y bajos recursos de la población. Parece redundante señalar que los primeros suelen acceder con no pocas dificultades a la vivienda propia –y no precisamente a las unidades que ofrecen la mayoría de las torres en construcción– y los de bajos recursos no tienen posibilidad alguna de hacerlo por la relación que existe entre sus ingresos y el costo del metro cuadrado nuevo en cualquiera de los barrios en cuestión.
En esto la solicitada coincide con un artículo de opinión aparecido dos días antes en el suplemento de Arquitectura de ese mismo diario, firmado por el presidente del CPAU, Francisco Prati, a quien imagino en incómoda posición para alguien que tuvo a cargo durante muchos años el manejo de las Areas de Protección Históricas de la ciudad.
En lo personal, entiendo que la discusión no pasa por las torres. Las torres son el emergente de un problema más grave: la falta de determinación de la ciudad que queremos. Para ello se necesita de una planificación clara y sostenida. La sociedad debe consensuar qué futuro desea para Buenos Aires de aquí a 30 o 50 años. En ese marco habrá zonas sometidas a procesos de renovación urbana con torres incluidas, otras que serán rehabilitadas y otras más que deberán conservarse.
Actualmente el problema no es tanto el de la transformación, sino la escala de lo que se construye en reemplazo de lo existente y el impacto que estos nuevos edificios tienen sobre el entorno inmediato y no tanto. No estaría de más pensar en alternativas para lo nuevo, alternativas que tengan una escala más acorde con el entorno en el que se insertan. Recordemos que la ciudad posee un parque edilicio que puede ser recuperado y este tipo de operatoria también da trabajo a los profesionales, a las empresas y a los operarios de la construcción. Y también genera ingresos para el Estado y posibilidades de inversión y beneficio para los capitales inmobiliarios, con el plus que implica el respeto por la historia, el ambiente y la voluntad del vecino.
Recordemos que la Constitución de la ciudad, a través de su artículo 32, garantiza la preservación del patrimonio cultural, la memoria y la historia de la ciudad y sus barrios.
En el mundo se habla del desarrollo sostenible de las ciudades y esa visión no sólo contempla lo económico en el corto plazo, sino también los compromisos que les hacemos adquirir a quienes no pueden defender sus derechos: las generaciones futuras, de cuyos recursos somos depositarios.
Para llevar adelante una ciudad con futuro hace falta orden y el orden lo debe poner el Estado, teniendo en cuenta las demandas y los intereses de todos los actores, no sólo de aquellos que pueden tener mayor capacidad de presión política.
Es una falacia pensar que se detiene el progreso del país porque no se construyen torres en Buenos Aires. Frente a los derechos adquiridos de los capitales inmobiliarios, están los derechos adquiridos de quienes eligieron un barrio para vivir, algunos desde hace años y otros desde siempre. Hoy no hay terrenos vacantes en la ciudad. Se construye demoliendo. Y estas destrucciones son para siempre.
Existe frente a esto una responsabilidad social ineludible de las empresas, de los profesionales y de las organizaciones que nos representan. Hay que encontrar otras formas de hacer negocio sin hipotecar nuestro futuro.
* Experto en Restauración (y habitante de Buenos Aires).
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