por Luis J. Grossman
Son de rigor los agradecimientos cuando a uno le toca disertar en una entidad con la pujanza y la trayectoria que tiene el Colegio de Arquitectos de Jujuy, y en este caso mi gratitud alcanza a un amigo y colega que es -a mi modo de ver- el embajador de Jujuy donde quiera que vaya. Me refiero al arquitecto Carlos Sparvoli, que motivo mi presencia aquí y las palabras que a continuación tratare de hilvanar.
Como se sabe, estoy aquí como Director General del Casco Histórico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, un ente del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad, de modo que me referiré a algunas ideas que se concretaron, a situaciones de conflicto que se originan en un campo de ideas que es ambiguo y opinable, y a propuestas que están en estudio o en vías de realización.
A aquellos que no me conocen debo advertidles que, aún cuando me atrae la lectura y el estudio de las humanidades, no soy historiador ni me dedico a la investigación especifica en temas de arquitectura patrimonial.
Cuento para ello con un equipo de profesionales con mucha experiencia y una especial vocación por las disciplinas que abarcan los campos del patrimonio, la restauración y las normativas aplicables a ese terreno.
Como se sabe, estoy aquí como Director General del Casco Histórico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, un ente del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad, de modo que me referiré a algunas ideas que se concretaron, a situaciones de conflicto que se originan en un campo de ideas que es ambiguo y opinable, y a propuestas que están en estudio o en vías de realización.
A aquellos que no me conocen debo advertidles que, aún cuando me atrae la lectura y el estudio de las humanidades, no soy historiador ni me dedico a la investigación especifica en temas de arquitectura patrimonial.
Cuento para ello con un equipo de profesionales con mucha experiencia y una especial vocación por las disciplinas que abarcan los campos del patrimonio, la restauración y las normativas aplicables a ese terreno.
Breve repasoHemos hablado del Casco Histórico de Buenos Aires y corresponde ubicarlos en cuanto a sus rasgos principales y a sus dimensiones. Como se puede apreciar en los planos primitivos de la implementación que tuvo como gestos a Juan de Garay, el primer vecindario trazado según las Leyes de Indias era simétrico con relación al Fuerte (hoy Casa de Gobierno). La Catedral era una referencia obligada y así se hablaba de Catedral al Norte o Catedral al Sur para ubicar un emplazamiento determinado. Sin embargo, por razones que seria largo y difícil examinar aquí, la planta el Casco Histórico contiene un área fundacional de la Ciudad pero se vuelca con más peso sobra la zona Sur. Abarca los barrios de San Telmo y Montserrat y culmina al Sur en el Parque Lezama mientras que nace en el Este en la Plaza de Mayo para culminar en el Oeste en la Plaza de los Dos Congresos. La superficie total es de 5 kilómetros cuadrados, con no menos de 250 manzanas y una población que supera los 100.000 (el último censo que registramos declara poco más de 120.000 pobladores estables).
Esto no es un dato menor, ya que como se vera mas adelante, el éxodo que se verifica en muchos centros históricos terminó por debilitar su estructura humana y los convierte en museos al aire libre, sin la savia vital que alimente su integración con la ciudad de la que forma parte. Por fortuna, los vecinos del Casco Histórico, con quienes se hacen reuniones frecuentes con el nombre de Red de Amigos, tienen un vigoroso sentido de pertenecía y una tenaz participación en los temas del barrio. Esto procuramos mantenerlo e incentivarlo, con la convicción de que se trata de una herramienta básica para la mejor conservación y la revitalización del Casco Histórico de la Ciudad.
Algunos aportes
La primera propuesta que se materializó (en tiempo record si se atiene uno a los plazos de la burocracia tradicional) fue la instalación de más de 100 bancos, con y sin respaldo, en las veredas de la Avenida de Mayo. Estos asientos son de hormigón con base central, fueron calculados para afrontar actos de vandalismo (ingrediente que desgraciadamente esta presente en esta arteria casi todos los días) y con diseño de Diana Cabeza se terminaron con una superficie muy pulida y brillante. Resultaron un éxito.
Contribuimos también a la puesta en valor de fachadas de la calle Defensa, todas ellas de edificios catalogados. Se comenzó con una esquina muy abandonada que, irónicamente, es uno de los edificios más antiguos de la ciudad. Data de 1808, se la conoce con el nombre de Altos de Elorriaga y pertenencía a un cabildante de 1810. También se recuperaros los frentes de la Farmacia de la Estrella, la casa de Josefa Ezcurra, la de Los Querubines (hoy Museo de la Ciudad) y otras.
Se continúan trabajos de restauración en la iglesia de San Francisco y en la Catedral, lo mismo que en la Casa Museo Fernández Blanco. Trabajan en estos lugares alumnos y profesores de la Escuela-Taller del Casco Histórico.
La primera propuesta que se materializó (en tiempo record si se atiene uno a los plazos de la burocracia tradicional) fue la instalación de más de 100 bancos, con y sin respaldo, en las veredas de la Avenida de Mayo. Estos asientos son de hormigón con base central, fueron calculados para afrontar actos de vandalismo (ingrediente que desgraciadamente esta presente en esta arteria casi todos los días) y con diseño de Diana Cabeza se terminaron con una superficie muy pulida y brillante. Resultaron un éxito.
Contribuimos también a la puesta en valor de fachadas de la calle Defensa, todas ellas de edificios catalogados. Se comenzó con una esquina muy abandonada que, irónicamente, es uno de los edificios más antiguos de la ciudad. Data de 1808, se la conoce con el nombre de Altos de Elorriaga y pertenencía a un cabildante de 1810. También se recuperaros los frentes de la Farmacia de la Estrella, la casa de Josefa Ezcurra, la de Los Querubines (hoy Museo de la Ciudad) y otras.
Se continúan trabajos de restauración en la iglesia de San Francisco y en la Catedral, lo mismo que en la Casa Museo Fernández Blanco. Trabajan en estos lugares alumnos y profesores de la Escuela-Taller del Casco Histórico.
Bajar la velocidad
En la medida que aceptamos como axioma que una ciudad es un organismo vivo, me niego a considerar al Casco Histórico como un distrito “congelado” en el que, como sostienen algunos, todo debe quedar como está.
Con este criterio, propiciamos la idea de crear un remanso urbano en el que se logre, a pasos del centro de negocios y finanzas de la Ciudad, bajar la velocidad y el vértigo que padecen los habitantes y usuarios de ese sector.
La idea de “ciudad lenta” o Cittá Slow, como la bautizaron los italianos, nació cuando a fines del siglo pasado el señor Carlo Petrini se enteró de que se iba a instalar una sucursal de la cadena Mc Donald’s en la Piazza Spagna, ese lugar emblemático de Roma. Petrini convocó a sus conciudadanos y alertó del peligro que implicaba instalar allí un símbolo de la vida veloz y el vértigo de algunas ciudades contemporáneas.
Por eso se promovió, como antítesis del Fast-Food (comida rápida) el Show Food (comida lenta), creando así una tendencia que se extendió con rapidez y ya tiene adherentes en 107 países. Con objetivos similares, en 1999, en la ciudad de Bra (cerca de Torino) y en otras tres localidades italianas, se acordó transformar a las mismas en puntos de remanso para reducir el stress de los centros de las ciudades actuales.
Son estas experiencias las que recibieron el rótulo de Citta Show, donde se cuenta a Orvietto, por ejemplo, mientras en los Estados Unidos se plegaron Kentlands en Meryland y Pórtland en Oregon, con vecindarios en los que se estimula el caminar, el encuentro con amigos, los niños van a pie a la escuela (recordar aquí a Francesco Tonucci y su libro La Cittá e i bambini), se aumentan las áreas peatonales y la cifra de delitos se vió notoriamente disminuida.
Nuestra meta, en el Casco Histórico de Buenos Aires, que es contiguo a la zona de mayor frenesí y presión de la ciudad, se convierta en un vecindario que ofrezca un contraste saludable a tanta velocidad, un sector con una desaceleración placentera, un oasis con ritmos más lentos donde el verbo “pasear” no sea de uso exclusivo de los turistas. Donde se pueda comer sin apuro y gozar de una buena sobremesa.
El nombre no es lo de menos, era tal vez Zona serena o Zona lenta o Barrio distendido, lo importante sería lograr que el Casco Histórico siga vital y vigoroso, habitado con regocijo por sus vencinos naturales, adaptado a la vida contemporánea pero conservando un ritmo singular como rasgo distintivo de su carácter patrimonial, adema de su escenario arquitectónico y urbano.
En la medida que aceptamos como axioma que una ciudad es un organismo vivo, me niego a considerar al Casco Histórico como un distrito “congelado” en el que, como sostienen algunos, todo debe quedar como está.
Con este criterio, propiciamos la idea de crear un remanso urbano en el que se logre, a pasos del centro de negocios y finanzas de la Ciudad, bajar la velocidad y el vértigo que padecen los habitantes y usuarios de ese sector.
La idea de “ciudad lenta” o Cittá Slow, como la bautizaron los italianos, nació cuando a fines del siglo pasado el señor Carlo Petrini se enteró de que se iba a instalar una sucursal de la cadena Mc Donald’s en la Piazza Spagna, ese lugar emblemático de Roma. Petrini convocó a sus conciudadanos y alertó del peligro que implicaba instalar allí un símbolo de la vida veloz y el vértigo de algunas ciudades contemporáneas.
Por eso se promovió, como antítesis del Fast-Food (comida rápida) el Show Food (comida lenta), creando así una tendencia que se extendió con rapidez y ya tiene adherentes en 107 países. Con objetivos similares, en 1999, en la ciudad de Bra (cerca de Torino) y en otras tres localidades italianas, se acordó transformar a las mismas en puntos de remanso para reducir el stress de los centros de las ciudades actuales.
Son estas experiencias las que recibieron el rótulo de Citta Show, donde se cuenta a Orvietto, por ejemplo, mientras en los Estados Unidos se plegaron Kentlands en Meryland y Pórtland en Oregon, con vecindarios en los que se estimula el caminar, el encuentro con amigos, los niños van a pie a la escuela (recordar aquí a Francesco Tonucci y su libro La Cittá e i bambini), se aumentan las áreas peatonales y la cifra de delitos se vió notoriamente disminuida.
Nuestra meta, en el Casco Histórico de Buenos Aires, que es contiguo a la zona de mayor frenesí y presión de la ciudad, se convierta en un vecindario que ofrezca un contraste saludable a tanta velocidad, un sector con una desaceleración placentera, un oasis con ritmos más lentos donde el verbo “pasear” no sea de uso exclusivo de los turistas. Donde se pueda comer sin apuro y gozar de una buena sobremesa.
El nombre no es lo de menos, era tal vez Zona serena o Zona lenta o Barrio distendido, lo importante sería lograr que el Casco Histórico siga vital y vigoroso, habitado con regocijo por sus vencinos naturales, adaptado a la vida contemporánea pero conservando un ritmo singular como rasgo distintivo de su carácter patrimonial, adema de su escenario arquitectónico y urbano.
por Luis J. Grossman, Arq.
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