Por Leonardo Moledo
–Usted es el director del Instituto de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
–Eso dicen.
–Y es geógrafo.
–Licenciado y profesor en Geografía por la UBA, doctor en Geografía, ordenamiento territorial y urbanismo en la Universidad de París III. En realidad, yo aquí cumplo tres roles bien diferentes y complejos. Uno es la gestión del Instituto: garantizar los mínimos requisitos para que se puedan producir conocimientos aquí adentro. Por otra parte, como la mayoría de mis colegas, soy docente de la carrera de Geografía de esta facultad, a cargo de dos cátedras. Y, además, soy director de un proyecto de investigación.
–¿En qué?
–Crecimiento económico y fractura socioterritorial en la poscrisis metropolitana.
–Es un poco largo.
–En realidad nuestro equipo tiene un acervo de producción de conocimientos sobre las transformaciones y las dinámicas de la Región Metropolitana de Buenos Aires (Capital Federal, el Gran Buenos Aires y unos 15 partidos más que formarían la tercera corona). Todo eso, para nosotros, configura una única cuenca funcional en términos de producción, trabajo, movimientos cotidianos, mercados inmobiliarios. Para nosotros ésa es la metrópoli real y, aunque hay discontinuidades urbanas, lo consideramos un núcleo funcional grande que alberga a unos 14 millones de habitantes.
–¿Qué es lo que cambió y qué es lo que permaneció en esta metrópoli?
–Bueno, en términos de permanencia se observan bastante intactas ciertas tendencias que observamos en los ’90. Procesos que tienden a la formación de lo que en Europa se llama “ciudad difusa”.
–Una ciudad difusa... qué lindo término... lo voy a usar en el título. ¿Qué es?
–Una ciudad cuyos suburbios crecen casi hasta el infinito. A eso le llamábamos “hinterland”: el área de influencia de una ciudad, hasta dónde llegaban los fenómenos que tenían que ver con la producción, la distribución, la influencia política y social. Eso es lo contrario de la “ciudad compacta”, que tiene los límites más precisos. Hoy las grandes ciudades han formado una especie de red urbana o archipiélago urbano que el desarrollo del transporte contribuye a mantener más o menos unido. En Europa eso ocurre con los trenes de alta velocidad; aquí con las autopistas: de alguna manera permite que cosas que están a 90 kilómetros funcionen como un todo, por más que en el medio encontremos hiatos pastoriles, ganaderos.
–¿Y qué es lo que permanece en la ciudad difusa?
–Lo que permanece en los 2000 en términos morfológicos es una cierta tendencia a la agudización de un proceso de suburbanización, que consolidaría este modelo de “ciudad difusa”. Hasta los años ’70 se podía pensar que el modelo respondía al de la ciudad compacta, pero luego esto se revirtió. El paradigma de la ciudad policéntrica y desparramada en esa época era Los Angeles.
–Y ahora Buenos Aires se parece a Los Angeles.
–No sólo Buenos Aires; por eso se habla de proceso de “angelización” de las metrópolis sudamericanas. También permanece la tendencia a la consolidación de una estructura socioterritorial históricamente desigual. Eso no ha cambiado mucho: todo el desarrollo inmobiliario posterior a la crisis de 2002 repite más o menos los patrones de desarrollo de los años ’90 (con algunas pocas excepciones, como Barracas). Pero los núcleos centrales siguen siendo Puerto Madero, Belgrano, Núñez, Caballito.
–Y los vecinos que protestan por las torres.
–Efectivamente, se ha generado una cantidad de movimientos sociales que resisten este proceso de verticalización y de densificación urbana que las normas, efectivamente, permiten. El Código de Planeamiento Urbano lo permite y, a pesar de eso, vecinos de distintos lados de la ciudad plantean que habría que poner en tela de juicio no sólo la altura de los edificios sino el proceso de densificación en sí, que tiende a desnaturalizar ciertas morfologías que forman parte de la identidad de algunos barrios (los casos de Caballito y Palermo son emblemáticos).
–Eso es una novedad, ¿no?
–Efectivamente: muchos ciudadanos han tomado conciencia de que la ciudad es mucho más que lo que los rodea (la plaza de la vuelta, el bache en la calle, el policía en la esquina), que era un poco la agenda de los ’90, y empezaron a pensarse como parte de una ciudad más grande y con sus singularidades.
–¿Qué tiene de singular Buenos Aires?
–En el contexto de la ciudad latinoamericana, Buenos Aires es una ciudad que todavía no ha sido arrasada por procesos de modernización agresiva o de renovación urbana. Si uno anda por San Pablo o por Santiago, uno siente que esas ciudades parecen haber sido verdaderamente arrasadas por un proceso muy agresivo de renovación urbana. A gran escala, van desapareciendo ciertas formaciones (acá podríamos hablar de la casa chorizo) y son reemplazadas por otras mucho más grandes (torres). Eso acá pasa, pero el proceso no ha sido tan intenso como en otras ciudades.
–Pero Buenos Aires no conserva mucho patrimonio histórico.
–Buenos Aires ha logrado mantener en pie cierto patrimonio, no de la ciudad colonial, sino de principios del siglo XX: una arquitectura neoclásica y europeizante que hace de Buenos Aires una ciudad bastante singular frente a la monotonía que uno puede observar en otras ciudades del continente. Es singular, también, desde el punto de vista urbanístico: es una ciudad relativamente ordenada (aquí me refiero a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires), que en cierta medida hace que el turismo internacional quede encantado. Además está la movida cultural, el tango, que contribuyen a crear una personalidad específica muy interesante. Creo que esa cuota de cosmopolitismo arquitectónico la hace única.
–Me estaba contando, antes de esta breve oda a nuestra ciudad, qué es lo que cambiaba y qué lo que permanecía.
–Sí. Le estaba diciendo que permanece una cierta planificación morfológica, la fractura social y territorial. Ha aumentado la cantidad de salarios medios necesarios para acceder a una vivienda, tanto en La Boca como en Palermo (aunque en este último aumentó 7 veces más). La fractura entre Recoleta y Parque Patricios, por decir un ejemplo, siempre existió, pero se hablaba de una duplicación del valor. Hoy podemos encontrar casos extremos donde esos valores se quintuplican. Aparece Puerto Madero como otra opción de altísimo proceso de valorización en contraste con toda la zona sur. Caballito ha tenido también un proceso de valorización muy fuerte del suelo, que se ha orientado a los sectores de ingresos medios altos y altos. Tampoco ha aparecido una opción masiva vinculada a los sectores populares. Hasta aquí, más o menos, lo que permaneció. Lo que hay de nuevo tiene más que ver con la esfera de lo económico: la reinstalación de ciertos procesos productivos que estaban en germen. La ciudad vuelve a ser un ámbito de producción.
–¿De qué?
–Por ejemplo, de industrias culturales. No es casualidad que Buenos Aires tenga un liderazgo en ese aspecto: se trata de una recuperación del rol productivo. Pero también se ha fortalecido enormemente la actividad turística receptiva. Se ha armado, por ejemplo, una suerte de “cluster” con el tema del tango: el tango como producto discográfico, como espectáculo, como academia, como proceso de experimentación en la calle. Allí aparecen, tímidamente, nuevos nichos para desarrollar por la industria inmobiliaria. Irrumpen nuevos barrios con un novedoso desarrollo inmobiliario inexistente en los ’90. Lo que hay de nuevo, entonces, es la insinuación de una expansión territorial que antes estaba concentrada en muy pocos lados (sin llegar al sur de la ciudad, que sigue siendo un gran vacío, en parte por la ausencia de políticas estatales). La otra novedad es el hecho de la aparición de nuevos asientos marginales. Aparecen ocupando lugares del mapa nuevos 20 o 30 asentamientos, pequeñas villas miseria, que no existían. Es una novedad territorial que tiene que ver con un proceso que no es nuevo: la pauperización de la sociedad argentina en general.
–En Río de Janeiro, las favelas están en el medio de la ciudad, o, por lo menos, son visibles... ¿Acá está pasando eso?
–Menos, porque la topografía es más avara. En Río lo que ocurre es que las villas están situadas en las laderas de los morros, lo que las hace muy visibles. En Buenos Aires esto no se da. Además, dentro de la ciudad de Buenos Aires la incidencia del hábitat precario no es tan alta como en otras ciudades latinoamericanas. Si uno tuviera que dar cuenta del conjunto de la situación de precariedad habitacional, estamos en el orden del 10 por ciento.
–Pero las villas han crecido mucho.
–Sí. El proceso de marginalización ha seguido vigoroso en los últimos años. Tal vez tenga que ver con la cantidad de inmigración desde el interior o desde países limítrofes. El lugar donde es brutalmente visible la villa miseria en la ciudad es en la autopista Illia, cuando uno va hacia la Costanera. Es la situación más parecida a la de Río: uno atraviesa la villa de punta a punta... Pero en el caso de Buenos Aires hay que ir en busca de las villas, no forman parte del paisaje. Otra novedad es la verticalización dentro de la villa miseria: se ha generado un mercado informal dentro de la villa miseria, donde las viviendas se venden en 30 a 40 mil pesos. Se alquilan habitaciones a precios que no varían demasiado con respecto a las pensiones. Digamos que con eso tiene un panorama bastante completo de lo que cambia y lo que permanece.
–Creo que sí.
–La idea ahora es trabajar sobre cuáles serían las principales evidencias territoriales, sociales y económicas de la etapa de la poscrisis. Así que nos vemos en un tiempo para que le cuente los resultados
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