Entrevista con Adrián Gorelik
El arquitecto e historiador alerta sobre la falta de planificación en Buenos Aires, reclama coordinación con el conurbano y entre las áreas de la administración y advierte sobre el estado de emergencia del transporte, infraestructura y vivienda. Cuestiona a Mauricio Macri por “efectista” –rasgo que también achaca a sus antecesores– y por sus políticas en temas como recolección de residuos, plazas patrocinadas y villas, aunque destaca la idea de trasladar sedes del gobierno al Borda y al Moyano como búsqueda de contrapeso simbólico y cultural hacia el sur de la ciudad. “Está por verse si es sólo otro anuncio rimbombante o algo que se haga mal y pronto como negocio inmobiliario. Pero separada una cosa de la otra, me parece su única idea interesante”, plantea.
Por Angel Berlanga
–¿Por qué se subestima tanto la planificación en Buenos Aires y no se instrumentan políticas urbanas a largo plazo?
–Hay varias razones que confluyen. Una de ellas es el efectismo con que los políticos abordan sus tiempos de gobierno, frente a los largos tiempos que requiere la planificación. Este es un problema muy serio. Al menos durante el período democrático no ha habido gobiernos que propusieran cosas que excedieran el tiempo de su propia gestión. Si uno hiciera una lista de temas cruciales, en la que estarían las inundaciones o el transporte, vería que los abordajes son efectistas, que se intenta salir del paso superficialmente. Y si uno se remonta a la historia ve que las transformaciones más efectivas y a largo plazo fueron hechas por gobiernos que se mantuvieron largos tiempos: Alvear es prototípico. En períodos cortos, de cuatro o seis años, con inestabilidades permanentes que a veces provienen de otras dimensiones políticas, es difícil plantear propuestas de largo aliento.
–¿Qué otras razones atentan contra la planificación?
–La parcelación de la acción municipal, que es doble: hacia fuera y hacia dentro. Hay una ausencia absoluta de coordinación con los municipios del conurbano, algo complicado de implementar y que no da dividendos políticos inmediatos. Pero hacia adentro, y ahí no hay excusas, los gobiernos se parcelan en intereses fragmentarios, sectoriales. Hay una tradición que consiste en dividir las secretarías para contentar a lo sectores que conforman una coalición. Y entonces las secretarías compiten entre sí –internamente, porque esto no alcanza a percibirse en público– y no aúnan criterios para algo imprescindible: coordinar. Transporte y medio ambiente están muy ligados, pero si las secretarías se lotean entre los grupos políticos se dificultan las acciones concertadas. Otra dificultad es el déficit enorme entre lo técnico y lo político. No hay aquí campos técnicos de planificación como en Brasil o Colombia, países donde esto se modernizó muchísimo, y además tienen experiencia en gestión. A eso hay que sumar la tradicional desatención de la política a lo técnico, su falta de compenetración en los problemas y sus dificultades para comunicarlos a la sociedad.
–Me hizo acordar a Mauricio Macri luego de la última inundación, en febrero pasado, cuando mostró una lámina con un tubo y prometió obras que solucionarían definitivamente el problema. Una imagen muy parecida a otras, anteriores.
–Son fotografías, digamos, que uno ha visto a lo largo del tiempo. Y es sabido que son propuestas planteadas sin los estudios adecuados. El transporte y la infraestructura están en emergencia, pero plantearlo rompe la autorrepresentación que esta ciudad tiene de sí misma: excepto el momento de 2002 o 2003, cuando estábamos en estado de pánico, aquí se cree que vivimos en una ciudad del Primer Mundo que pasa por algunas crisis pasajeras. Y a la política le es imposible decir que hay zonas en grave emergencia. El estado de la vivienda en Buenos Aires es escandaloso, la multiplicación de villas miseria y la falta de respuestas... Sólo se discute sobre el espacio público al momento de desalojarlas, como si el derecho a la vivienda tuviera que ver con eso. No hay políticas ni discursos para estos problemas, y esto es algo sistémico que excede a lo ideológico de los gobiernos. Macri descubrió rápidamente “una verdad”: ¿qué puede hacer que sea visible, en continuidad con este rasgo sistémico? Cultura y subterráneos. Eso puede hacerse sin tener que sentar a la mesa al gobernador de Buenos Aires, al jefe de gabinete de la Nación, o para reunir a todos sus ministros y coordinar en serio.
–Respecto del subte, ¿no se hace demasiado aspaviento para una expansión más bien modesta?
–Me parece escandaloso. El modo en que se dilapidan recursos y energía de transformación en parches tan superficiales para el problema del transporte... Esto, además, escondido en un discurso progresista: uno dice “subterráneo” y parece lo más progresista que puede hacer un gobierno. Este gobierno y también los anteriores lo utilizan para eludir la cuestión central del transporte: coordinación. No importa si van por abajo o por arriba, o en un segundo nivel: el transporte debe combinarse. Y mientras no se combine seguirán estos disparates económicos y técnicos.
–El tránsito en la ciudad colapsa a diario, sobre todo por la confluencia de arterias hacia y desde el centro. ¿La planificación no debería contemplar el armado de otros núcleos de actividad, para reducir el frenesí del centro?
–Hay distintas propuestas ensayadas, discutibles. El problema es que acá no se practica ninguna. La valorización y la congestión céntrica implican que se abandone la residencia y se pase a usos terciarios, lo que ocurre en la city. En París se armó un centro terciario fuera del tradicional y eso permitió preservar exitosamente las características de un centro más tradicional, histórico. Pero eso fue hace muchos años y se han pensado otras cuestiones, la preservación de uno frente a la multiplicación. En Buenos Aires, además, y a diferencias de otras ciudades latinoamericanas, se da que el centro se ha preservado.
–¿Cómo abordaría las problemáticas del tránsito y el transporte público?
–Yo separaría, para mí son dos problemas diferentes. Nueva York tiene el transporte magníficamente coordinado y resuelto, pero el tránsito es complicado. No es cierto que un buen sistema de transporte disuada del uso del automóvil: si se lo puede usar, se va a usar. Y si se venden tantos como en Buenos Aires, se van a usar. Un buen sistema de transporte hace que algunos no lo usen tanto. Nosotros venimos de una cultura en la que una clase media muy extendida se socializó en la ciudad usando el transporte público. En contrapartida, México tiene un sistema de metro extraordinario en velocidad, capacidad, recorridos, pero lo usan los sectores populares: la clase media, por razones socioculturales que uno repudia, no lo usa. Un técnico de transporte no puede cambiar de un día para el otro las razones socioculturales. Al sistema de transportes de Buenos Aires le falta coordinación, una aberración que ya no existe casi en ninguna ciudad importante del mundo. No tenemos siquiera un ticket para pasar entre el ferrocarril, el subte y/o los colectivos.
–¿Qué se imagina como soluciones?
–Buenos Aires ha tenido siempre como valor diferencial una muy buena comunicación, no hay ghettos a los que no se pueda acceder por transporte público, como ocurre en San Pablo: a algunas zonas muy ricas solo se puede llegar en auto. Yo mantendría ese criterio, pero rechazo la irracionalidad de que pasen tres colectivos por las mismas calles con recorridos casi iguales. Me imagino un sistema de árbol, algo muy denso en el centro, con subtes o tranvías de superficie o colectivos por carril único, pasando por avenidas, que se van coordinando con sistemas más abiertos hacia la periferia. El Premetro me parece una solución buenísima: subte en la parte más céntrica y de superficie en la periferia. A la vez es una demostración de la ineficacia de coordinación, porque en principio iba a llegar hasta Puente La Noria, pero se quedó en Villa Lugano por presión de las líneas de colectivo que no querían tener competencia hacia provincia.
–En la relación entre Capital y GBA tampoco está resuelto el problema de la basura: recordará los cruces entre Macri y Daniel Scioli al respecto.
–Es otro tema complicado. No hay ninguna ciudad que lo tenga resuelto de una vez y para siempre. Las que mejor funcionan aplican pensamiento y tecnología para ir resolviéndolo. Nosotros seguimos con un sistema de recolección de basura absolutamente anticuado. Se dio una renovación importante con los contenedores en la calle: al menos sacan la basura de la vereda. Es un despilfarro tener grandes camiones recorriendo la ciudad todos los días. Me parece imposible pensar el tema sin coordinación entre Capital y GBA, pero produjo pujas y pullas irracionales entre Macri y Scioli. Como no hay cultura de concertación aumenta la competencia en un territorio metropolitano que requiere políticas coordinadas urgentes. Aumenta, así, la fragmentación, y eso me parece una gran amenaza. Por eso creo que la división en alcaldías no va a ser algo progresista –y esto más allá de las razones de cálculo político de la legislatura para rechazarla–. Con la fragmentación, los barrios de mayor capacidad de movilización, en general los más ricos, van a tener más presencia y van a conseguir más cosas que los otros, que profundizarían su decadencia.
–La falta de planificación en cuanto a la densidad habitacional se puso en evidencia con las protestas contra la construcción de torres, que incluso produjo un cortocircuito entre el Ejecutivo y el Legislativo de la ciudad. ¿Ve algún avance en ese ámbito?
–No. Lo que hizo Telerman fue típico: responder presiones sociales sin hacerse cargo. Hay que discutir las densidades por zona, hasta dónde se puede construir en cada sitio, y no en base al nivel de movilización de un barrio. Porque no hablamos de protección de un interés patrimonial, situación en la que sirve movilizarse. Acá hablamos de si la ciudad debe crecer o no: cuestiones básicas de planeamiento. Me parece un disparate que el gobierno de Macri decida sin discutir en qué situación está la ciudad.
–En muchos barrios se tiran abajo las viviendas unifamiliares que ocupaban un lote y, en el mejor de los casos, se construyen varios dúplex, con lo que se está reconfigurando el perfil y la densidad urbana. ¿Ve algún lineamiento estratégico sobre eso?
–No, y debería haberlo. Es lo que el Plan Urbano Ambiental intentó y no consiguió hacer, porque fue una solución de compromiso que no estableció prioridades. En cuanto a las densidades, desde 1940 Buenos Aires mantiene su población en alrededor de tres millones de habitantes. Los crecimientos se dieron en el GBA. Pasaron 70 años y la ciudad no ha crecido. Un plan tendría que pensar qué sectores renovar, qué construcciones son sólo especulativas, torres vacías que no resuelven ningún tipo de vivienda y son sólo negocios que rompen tramas urbanas, sociales. Todo lo que ha venido construyendo el mercado desde la salida de la crisis, que ha sido mucho, es para el sector alto de la sociedad, que es muy chico. No hubo, en contrapartida, ninguna respuesta para la vivienda de clase media o media baja, y ni hablar de los sectores populares. Esto debería ser un tema candente, urgente, y no se dice prácticamente nada. Es uno de los problemas más graves de la ciudad.
–¿Cuál es la política de Macri en torno de las villas?
–Macri oscila entre propuestas completamente inviables, entre el “vamos a limpiar” –que le gusta a la clase media alta– y la inacción absoluta. Esto pasa cuando no hay propuestas serias y tenés que negociar con todos los sectores en juego. No hay una política de vivienda social, ni de urbanización de las villas, como se hizo en alguna favela de Río de Janeiro. Creo que cuando se llega a determinada dimensión es imposible pensar la erradicación y se piensa en la integración. Las villas están muy consolidadas y subiendo en altura. Es un fenómeno nuevo, porque históricamente eran lugares de transición, de pasaje en una sociedad muy móvil. Hoy es un lugar estabilizado y en crecimiento, con un mercado inmobiliario incipiente pero importante, lo que demuestra su consolidación.
–¿Qué ideas urbanísticas de esta gestión destacaría?
–La única propuesta de Macri que me parece interesante, para discutir, es la del traslado del centro de gobierno al Borda y el Moyano. Habría que cuidar que se haga bien, mirar muy de cerca los procesos, pero saldaría una deuda tremenda, la desmanicomización. Se propuso desde el progresismo y nunca se puso en marcha por intereses creados que mantienen lo abominable del Borda y el Moyano. Por supuesto que están los ejemplos de Thatcher y Reagan, que directamente sacaron los locos a la calle y se desentendieron; acá se habla de hacer centros intermedios y hay que mirar atentamente que se cumpla y se haga progresivamente, no de un día para otro. Pero crear un polo de gobierno en Barracas, con todo lo que significaría pasar al sur funciones muy centrales, me parece interesante. Está por verse si es solo un anuncio rimbombante, a los que estamos habituados, o si será algo que se haga mal y pronto como negocio inmobiliario. Separada una cosa de la otra, me parece de las pocas ideas que ha habido en las últimas décadas. Insisto: Macri descubrió muy rápido qué cosas tienen efecto inmediato de noticia de diario y por eso reformuló su postura respecto de la cultura: se lo veía como una gran amenaza y finalmente ratificó todos los festivales, porque vio que dan rédito inmediato sin complicarse con otras cuestiones.
–¿Qué opina de la política de Macri en torno de la basura?
–No hay nada claro. Es una de las zonas donde el gobierno público y los negocios privados hacen más colisión. No sé qué quiere hacer y no creo que sea porque estoy desinformado. Han puesto contenedores supuestamente diferentes, pero no hay campañas efectivas respecto de cómo separar la basura ni propuestas que traduzcan hacia la sociedad una política clara como para modificar hábitos.
–¿Y la propuesta de vender concesiones para bares en plazas?
–El antecedente más cercano que tengo es lo que se hizo en Montevideo, donde se pusieron bares para mantenerlas y esponsorearlas. No me parece una medida feliz. La ciudad tiene una infraestructura de bares bien desarrollada y habría que pensar la solución de las plazas por un lado diferente. Todavía estamos pagando el precio sociocultural de los enrejados disparatados que se vienen haciendo desde De la Rúa. El tema requiere una política integral más seria.
–En los últimos años se fue recuperando la relación de la ciudad con el Río de la Plata. ¿No observa, ahí sí, una idea planificada puesta en práctica?
–Más o menos. Y no le doy mucha importancia, porque hay una larguísima tradición cultural que marca que la costa porteña siempre fue muy complicada, aunque está bien recuperar metros de la Costanera. Admiro el trabajo que se hizo en Rosario con la recuperación de la costa, pero no sé si es un problema grave en Buenos Aires, donde además se hizo poco. Si no se determinan prioridades se naturalizan las que el mercado quiere llevar adelante con acuerdos gubernamentales: yo recuperaría el Riachuelo como un eje fluvial productivo y deportivo, me parece mucho más prioritario. Ahí invertiría en políticas públicas de largo aliento.
–Habría ahí, en los ríos, otra muestra de cómo se privilegia el norte de la ciudad.
–Durante cien años los gobiernos nacionales imaginaron una ciudad que crecía equitativamente: si el mercado apostaba al norte, entonces el poder público compensaba con acciones en el sur, y así tenemos muchísimos parques en el sur, y la mayoría de los conjuntos de viviendas que se hicieron en el siglo, etc. Eso se rompió en los ’90, cuando el Estado incentivó políticas públicas en las zonas de más negocios para los mercados. Si uno mira, la mayoría de lo que se hizo desde entonces está desde Puerto Madero hacia el norte. Por eso destaco esa idea de recolocar al centro de gobierno en el sur. Yo creo que desde los ’90 se naturalizó, en el gobierno y la sociedad, la fragmentación.
–¿En qué se evidencia eso?
–¿Por qué el ferrocarril Mitre es infinitamente mejor que el Roca? El boleto cuesta lo mismo, la recaudación debería ser la misma o mayor aún en el Roca. Pero se ha naturalizado que el Roca es peor. Antes también había diferencias en la ciudad, pero la falta de naturalización marcaba que no había que remar tanto para implementar políticas que intentaran frenar la fragmentación. La lógica pasó a ser invertir donde habrá más devolución de la inversión. El primero en plantear eso escandalosamente fue Alsogaray, cuando dijo que había que hacer la aeroísla porque una estadística demostraba que quienes más usaban Aeroparque vivían en Belgrano.
–A fines de 2001, con el estallido, hubo en la ciudad muchas reacciones solidarias respecto de los cartoneros. Pero a fines del año pasado en Saavedra los vecinos protestaban, con los mismos elementos de cacerolas y cortes de calle, contra la instalación de un Centro Verde de reciclado que gestionarían los mismos cartoneros. Ya que hablábamos de fragmentación en la ciudad, ¿tiene una lectura de qué pasó en apenas seis años?
–Me parece que esta sociedad es muy cambiante, prácticamente bipolar. Tal vez fallen las mediaciones políticas y públicas: no hay por qué criticar las reacciones ante lo inmediato. Pero eso puede tener valencias ideológicas opuestas. Lo cierto es que desde las autorrepresentaciones con los imaginarios, y una cultura que tiene que ver con “la opinión pública”, la ciudad pasa hoy por un estado de boom turístico cultural que no está dispuesto a entender situaciones de crisis y emergencia. Si la ciudad es la capital de Latinoamérica del campeonato de figuritas, digamos, por qué vamos a tener que soportar que en nuestro barrio estén la basura, los cartoneros, los pobres. No fui uno de los optimistas en las movilizaciones de 2001 y 2002, pero era evidente la preocupación por la miseria, que se tradujo en muchos gestos de solidaridad. Una vez que se naturalizó, la culpa, otra vez, la tienen las víctimas. “Está bien, quedaron los pobres, pero que no me molesten, no los quiero tener delante, yo también quiero disfrutar en mi barrio de esto que parece nuevamente Buenos Aires: la capital cultural, con gallery nights y no sé qué.” Es gravísimo. Tiene que haber políticas públicas que tengan claro qué es lo más importante, con trabajo social, de base, de discusión y conversación: eso trae lo otro, la cultura, sin necesidad de gran despliegue o apoyo público. Librada a sus propias tendencias, la sociedad reacciona de este modo. “Yo quiero que mi barrio también tenga todas las ventajas de Palermo Soho.”
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